Mito de Tauro
- Néstor Gallegos
- 30 ago 2017
- 1 Min. de lectura

Se dicen cosas de los animales por aquí y por allá. Se dice del toro que tiene los ojos del diablo y que en su mirar caben penas arrastradas por centurias, las cuales descarga en embestidas hacia aquellos que no le dejan tener en paz su luto. Se dice del toro que quien le busca le encuentra y que es mejor tomarle por los cuernos, dominarlo y hacerlo sufrir -como si no hubiera sufrido ya suficiente el pobre, que en esto también se parece al inocente diablo que no es duro por gusto-.
Se habla de él como en vil vecindad, pero nadie se detiene a contar su más sublime historia; la de cuando el primer toro miraba las estrellas buscando consuelo y en ellas vio brillar dos ojos que desde el instante primero le hicieron suspirar, la de ese toro que enamorándose del amor cambió la definición de amar y con terca determinación corrió hacia el barranco para alcanzar esos ojos mientras la luna maldita se reía de él.
Todos lloraron desde antes de que el hecho concluyera y se adelantaron a decir que era un gran tipo ese toro -aunque antes le odiaran a muerte-, porque nadie imaginaba lo que iba a pasar, que a ese toro le saldrían alas y se iría volando a convertirse en constelación; no sin antes partirse la cabeza en la caída, claro, y llenarse todo el cuerpo de sangre y de asquerosa muerte que sólo las estrellas supieron sanar.
(Inspirado en la pintura Tauro de Remedios Varo.)
Comentários