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De café y vagamundos


Los viajes interdimensionales nunca fueron de mi agrado.

Recuerdo claramente la primera vez que escuché de ellos cuando niño. El invento del siglo, una capsula que aceleraba el movimiento de tus partículas más allá de la velocidad de la luz y te permitía viajar en el tiempo y el espacio. Para todos era una maravilla esa estridente máquina que se alimentaba de tanta energía como Nueva York, pero para mí resultaba una contradicción a la ciencia misma buscar en otros mundos lo que no entendemos en el nuestro, era simplemente la ruta de escape de este mundo que hicimos mierda a uno nuevo que convertiríamos en una porquería igual o peor, además nadie conocía los peligros reales de jugar con el tiempo y mucho menos con el espacio. Hasta el día de hoy, en plena guerra mundial, armada, biológica e ideológica, ese artilugio continúa siendo una sensación y la mejor manera de lucrar en el siglo XXVII.

Pero una mirada seductora, una sonrisa encantadora y la promesa de un viaje inolvidable fueron suficiente para que me convenciera de intentarlo. Maldita mujer.

La había conocido por casualidad una tarde en la que el calendario marcaba diciembre, en uno de los pocos cafés de la ciudad que no estaban repletos de lucen neón, canciones sintetizadas, ni ofrecían bebidas de la dimensión ASHU23. Era una morena con piel de porcelana y ojos amatistas, algo no tan raro en esta época donde podías modificar tu producción de melanina en zonas localizadas desde tu casa. Poco importaba si era una más de esas mujeres prediseñadas, esa mirada solo podría haberla hecho Dios (si existiera). Fumaba con serenidad cuando me le acerqué, ella dubitativa me saludo y cuando notó mi triste intento de ser un seductor simplemente se rio, quizá no había resultado como planeaba, pero funcionó. Hablamos de todo y de nada, conocí a mil mujeres nuevas y diferentes en un solo cuerpo, su pasión por la ciencia, el arte, la política y la naturaleza era demasiado cautivador para un mortal como yo, ella era una diosa a la que gustoso veneraría. Esa noche fuimos amantes, en la mañana cómplices y en la tarde llegue a creer en el destino, ella me estaba predestinada.

Desde el primer día le hable de mi intenso desprecio a los viajes interdimensionales, incluso lo debatimos y afirmó respetarlo, pese a ello, la muy descarada había comprado un par de boletos para un viaje sin retorno a un mundo incivilizado, uno de esos lugares a donde iban los pobres idiotas que no soportan su realidad y buscan un lugar a donde escapar, los que quieren encontrarse consigo mismo cuando se ven al espejo y los que quieren sentir a Dios. Vaya estupidez.

Y sin más salida, aquí estaba, sentado en esta pequeña capsula que empezaba a vibrar, ella parecía disfrutar sádicamente mis gestos de disgusto y miedo. Una llamarada de calor inundó mi cuerpo y creí desfallecer, cerré los ojos y mis pensamientos galoparon a una velocidad mayor a la de mis partículas, pero por suerte lo peor ya había pasado. Cuando volví a abrirlos todo parecía un sueño, mi propio cuerpo parecía irreal, el aire era cálido y refrescante, llegaba a mis oídos el canto de algunas aves (o, al menos, de alguna bestia que me recordaba a aquellos cantos de mi dimensión) y una tranquilidad indescriptible se desbordó en mí cuando ella tomó mi mano. Salimos de la capsula con ayuda de los supervisores y emprendimos nuestra aventura.

Al salir a ese nuevo mundo me encontré con seres que en mi dimensión nadie podría imaginar, una clase de medusa volando en el aire mientras claramente veía como su cuerpo se ondeaba como gelatina, algún tipo de jabalí salvaje con la cola en llamas y los colmillos flexibles a voluntad que andaba con un caminar tan ligero como el de un pequeño chihuahua, grupos enormes de mariposas de todos los tamaños posibles, desde diminutas como mi uña hasta más grandes que yo. Un mundo magnífico en el que el color naranja, púrpura, rosa y azul se mezclaban con una armonía celestial.

Un hombre de piel blanca y vestimenta escasa se acercó a nosotros y dijo algo en otro idioma que simplemente escapaba de mi razonamiento, pero antes de que pudiera abrir la boca para aclarar que éramos simples turistas que no conocían la lengua de ese lugar (si es que él me llegaba a entender a mí), mi compañera se adelantó y respondió con fluidez y facilidad en lo que claramente era un idioma que no pertenecía a nuestro mundo. El sujeto nos regaló una sonrisa de satisfacción, inclinó la cabeza en señal de despedida y se fue. Aún sin entender lo sucedido frente a mí giré a verla y con una sonrisa cohibida me confesó su secreto.

Toda su ideología, su identidad me resultaba fuera de mi realidad, todo el tiempo con ella siempre me resultó único e increíble, pero lo que realmente me costaba creer era que toda ella fuera de un mundo ajeno al mío. Una vagamundos, así nombraron a su especie. Seres que lograban adaptar su apariencia a cualquier dimensión a la que viajaran tomando la imagen de cualquiera, errantes por naturaleza, caza tesoros, los más curiosos de todos los mundos conocidos, mentirosos profesionales, genios sin lugar a duda, pero con un gran problema moral, no tenían moral, y un apetito por sus iguales.

Ella sonreía con el mayor descaro que podría imaginar, no tenía salida. Sabía muy bien lo que me esperaba, ser parte del ritual de la cena, la cual iba a ser yo. En un intrépido y vano intento por continuar con vida eche a correr en dirección a la maldita máquina que me había traído. Estaba perdido, ellos estaban por todas partes, podía escuchar sus risas, sus dientes rechinando ansiosos por devorarme, estaban en todas partes, lo eran todo, los animales, las plantas, las piedras.

Caí.

¿Me atraparon?

¿Llegue a la máquina?

…………………..

-Amigo, ¿estás bien? - escuché a lo lejos- Perdona, sé que no te gusta hacer las compras, pero esta gripe me está matando, ¿trajiste el café?

En mi cabeza continuaba huyendo de los vagamundos. Ella, maldita mujer. Esas mariposas y el jabalí estaban desapareciendo. Los colores. Por un momento sentí que yo no era yo, que estaba en otro cuerpo, uno que no me pertenecía. ¿Cómo me llamaba? Empezaba con G, de eso estoy seguro, yo soy…

La neblina en mi cabeza de disipó y empecé a entender el mundo a mi alrededor otra vez.

Hay quienes creen que viajar entre dimensiones altera tu realidad, que puedes terminar creando nuevas dimensiones donde tú ya no eres tú, donde todo es diferente, pero no creo que eso sea posible, todo el mundo hace viajes de este tipo y el universo no ha colapsado (aún).

-Sí, descuida, tan solo me sentí confundido por un momento- por fin pude contestarle a mi compañero.

-De acuerdo, entonces dame esa bolsa que los clientes ya me están pidiendo su café de ASHU23.

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Infinitas bestias las que el hombre venció para conocer la vida, inmensas vidas las que el hombre hurtó para conocer la muerte, infinitas mentes las que el hombre destruyó para conocer la razón.

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