Bestiario
- Néstor Gallegos
- 27 sept 2017
- 2 Min. de lectura

Habitan dentro de mí tremenda cantidad de criaturas, parcas en mis venas, musas en mis dedos, aves feroces que vuelan en todas direcciones y luchan por todas causas en mi frente. Habitan, también en mí, tempestades que nunca han podido ser del todo calmadas, fantasmas fugaces de todos tiempos y demonios tantos como para llenar un infierno.
Y los siento a ellos, a los demonios sin nombre, revoloteando en mi estómago, hiriendo cada sentimiento y destrozando cada recuerdo; les pido a veces que salgan y se presenten honestos frente a todos, pues ya no los puedo contener más. Entonces de mi boca y de mi lagrimal empiezan a emerger a cantaros, siento el estómago vacío sin ellos dentro, es una triste euforia la que deja mi liberación. Los dejo rodar por doquier, que destrocen y ahuyenten, que hagan lo que sea su voluntad ahora que han dejado de ser mis prisioneros.
Soy sólo espectador, y que bien se siente no poder hacer nada, no tener que moverse, dejar que todo caiga poco a poco hasta la tremenda colisión final contra el suelo.
Tarda poco en terminar la libertad; cuando la noche se encuentra en su punto alto y yo me encuentro sólo en la cama a punto de dormir, entonces no puedo soportar la tranquilidad y los dejo volver a entrar; uno a uno se abren paso en mi cráneo y llegan hasta mi estómago, se alegran de tener un techo hasta la próxima ocasión en que deba explotar. Se aparean con las musas de mis dedos y con las aves de mi frente, devoran al pequeño colibrí de mi corazón de entrada, y quedo yo de plato principal.
Reinan ellos, los demonios, por sobre todos los demás, y un tímido lémur se asoma cauteloso de cada una de las cuencas de mis ojos brillosos a llorar quedo, demasiado quedo como para que alguien lo escuche.
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